No hace mucho un viejo era el presidente del tribunal supremo español y se enamoró de uno de sus guardaespaldas. Incluso se lo llevaba todo pagado como es habitual entre la casta, de vacaciones a sitios caros en Marbella.
Hasta le hicieron una canción, con la entonación del torito enamorao de la luna:
Ese viejo enamoráo del guardaespaldas...
que abandona por las noches la maná...
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Se creía la cuarta autoridad del estado, y no era más que un viejo maricón al que aplaudo la valentía de intentar ejercer su derecho a chupar pollas, con un dinero que no es suyo.
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